Acabo de leer El viaje vertical, la novela que a Enrique Vila-Matas le valió el premio Rómulo Gallegos, y puedo decir que he sufrido un pequeño revés de inocente lector. Desde que el año pasado leí Bartleby y compañía, novela que el escritor catalán publicó el 2000 y que Mario (quien me la prestó) había leído desde esa fecha después que Luis Chávez se la trajera de España, y luego las otras novelas suyas que han pasado por mis manos –El mal de Montano, Historia abreviada de la literatura portátil, París no se acaba nunca, y numerosos artículos publicados en Letras libres bajo el título Conspiración Shandy- pensé que Vila-Matas era o sólo podía ser un novelista que urde tramas que giran en torno a la literatura. Así, Bartleby y compañía trata sobre los escritores del No, o sea aquellos que, por una razón u otra, dejan de escribir; El mal de Montano cuenta la historia de un padre y un hijo enfermos de literatura y la permanente lucha de estos contra “los topos”, esos seres que le contagian el virus de la mediocridad; en Historia abreviada de la literatura portátil se narra la curiosa historia de “los portátiles”, un grupo de artistas (la mayoría escritores) que, desde el espíritu del “shandysmo”, forman una sociedad secreta y reglas específicas con destino a crear sólo literatura que pudiera perfectamente ser transportada en una maleta; y en París no se acaba nunca el propio Vila-Matas hace una revisión irónica de sus años de juventud en París, cuando vivía en una buhardilla que le alquilaba Marguerite Duras y aspiraba a convertirse en escritor emulando a su ídolo Ernest Heminway.
Pero veamos: mi desengaño se produce cuando, esperando encontrar en El viaje vertical otra divertida, estimulante historia de escritores, me encuentro con que no hay nada de eso. En esta novela (publicada en 1999) se cuenta, con un estilo que cuesta identificar al principio como de Vila-Matas, la historia de un septuagenario a quien su mujer (de edad similar) le pide que se marche de casa, porque quiere estar sola para encontrarse a sí misma y vivir tranquila los últimos años de su vida. Empecé a leer, entonces, una novela escrita por Vila-Matas que muy poco o nada tiene que ver con las otras novelas que había yo leído de él. En El viaje vertical el protagonista es un personaje radicalmente opuesto a los otros personajes que yo conocía de Vila-Matas. Mayol es un hombre rico que interrumpió sus estudios a los catorce años por causa de la guerra civil española, que cuando ésta hubo terminado tuvo que trabajar y perdió, consecuentemente, la oportunidad de llegar a ser un hombre culto; y que al final de su vida, cuando su mujer lo manda a volar, como una forma de huir decide emprender un viaje a ciudades que ya antes había visitado, un viaje que acabará dirigiéndose al centro de sí mismo, hacia su hundimiento, un viaje vertical que lo ayudará, por fin, a comprender el sentido de su propia existencia.
Una novela que hay que leer de seguido, sin pausas prolongadas, para mantenerse siempre cerca de su personaje, de su angustia, de sus obsesiones y sus miedos; una novela que, aunque en realidad no tenga nada nuevo (la clásica historia del hombre solo que le busca un sentido a su vida), resulta ser una novela diferente. ¿Qué la hace entonces diferente? Sólo el genio de Vila-Matas, su capacidad para convertir un lugar común en una verdadera obra literaria.
3 comentarios:
Vaya, suena bien. Buscaré alguno de sus libros.
Te recomiendo, para iniciarte en la lectura de este autor, "Historia abreviada de la literatura portátil", pequeña novela que anticipa muchas de las obsesiones de Vila-Matas. El problema es que va a costar u guevo que vengan libros suyos a Honduras, pero podrías buscarlos en internet e intentar bajarlos, o si no, encargarlos a algún amigo que viaje al primer mundo o viva en él.
Pero ahora que me acuerdo, creo que en librería Atenea, de SPS, hay aún una edición de bolsillo de "El viaje vertical"...
Gracias. No me molesta leer libros por la computadora.
Publicar un comentario