El siguiente texto fue leído durante la presentación del libro Las virtudes de Onán de Mario Gallardo en el Museo de Antropología e Historia de San Pedro Sula.
Mario Gallardo dice haber concebido estos relatos una tarde-noche de principios del 2006 cuando salía de Espresso Americano en el parque central de San Pedro Sula. Aunque nos parezca un argumento demasiado literario debemos suponer que el café fue su demiurgo y que la cálida brisa de la calle le trajo de golpe la voluntad de escribir. Y éste, Las virtudes de Onán, resultó ser un libro con muchas virtudes, pero sobre todo resultó ser un libro con tres virtudes: calidad, actualidad y universalidad, que son las demandas inherentes a todo trabajo literario. No podía esperarse menos de un escritor que siempre ha cuestionado la mediocridad, que siempre ha estado al tanto de lo que ocurre en otras partes del mundo y que siempre ha sabido que la literatura debe ser patrimonio de la humanidad antes que un bien para el consumo local.
Éste es un libro que despertará muchos comentarios. Eso es seguro. Mario no podrá sustraerse de esa detestable costumbre, provocada por la ignorancia, de que se identifique directamente al autor con la obra que produjo, cuando habría de entender de una vez por todas que la ficción es ficción y no otra cosa; y estas virtudes son precisamente eso: una obra de ficción.
Tampoco podrá evitar Mario que algún palurdo llegue a decir que éste es un libro demasiado fuerte, demasiado sexual, demasiado atrevido, demasiado ofensivo y otros tantos “demasiados” que podemos imaginar. Pero a Mario no le preocupan en absoluto estas nimiedades. Y debo suponer que a nosotros, los que estamos aquí reunidos, tampoco.
Hablaré entonces de la obra, una obra que, por primera vez en muchos años de literatura hondureña, nos llega despojada de las molestas prendas del servilismo ideológico, de los manidos esquemas impuestos por la generación del “boom” y, sobre todo, situada, con una evidente voluntad de estilo, en una corriente narrativa de verdad fresca, a la par de toda una generación de escritores hispanoamericanos sorprendentes como Vila-Matas, Bolaño, Villoro, Piglia, Pauls y otros.
Y es que ahora, con Las virtudes de Onán, podremos sentir que ese narrador (¿Onán?) sacude impunemente nuestra modorra lectora, una modorra instituida por eso que el mismo autor llama “la autocensura y la mojigatería”.
El dominio de la palabra bien pudiera pasar inadvertido en las páginas de este libro, precisamente porque cuando un texto está correctamente escrito lo que buscamos en él es lo que sigue: una certeza de que además de bien escrito esté escrito literariamente, y que sus páginas logren establecer ese vínculo estrecho entre lector y escritor, ese vínculo que se encuentra más allá de la gramática y de la forma. Y cómo no encontrar ese vínculo con el personaje del niño Virgilio cuando descubre el verdadero origen de su experiencia erótica; o en el poeta dulce que se aferra a la poesía cuando ya todo lo ve perdido; o en Heimito Kunst, a quien el mal se le presenta en la forma de la belleza femenina para seducirlo hacia la red de la violencia en Honduras; o en el propio Onán, que aún en medio de la euforia hedonista y alcohólica, y conciente de que esta vez la Bestia habrá de aplastarlo, se da cuenta de que no tiene miedo y de que sólo piensa en Ixkik.
Para comprobar aquello de la “actualidad” de este libro habría que remitir a los lectores a las nuevas formas de narrar de estos tiempos posmodernos, habría que citar de nuevo a Vila-Matas, Bolaño, Villoro, Piglia, Pauls, Amis, Mckewan, Barnes y otros, pero esto sería mucho pedir a los lectores, porque bien sabemos de las dificultades de estar al día en materia artística en este rincón del tercer mundo y bien sabemos, por otra parte, que a muchos el gusto en literatura los dejó rondando eternamente a García Márquez y compañía. Pero he de decir, sin embargo, que esta forma de narrar de Mario, tan suelta, tan desprovista de prejuicios, tiene sus bases, primero, en ese proceso de digerir lo leído y después escribir con un claro sentido de la individualidad; segundo, en los conceptos de intertextualidad, pastiche y reescritura, harto conocidos por él, dada su condición de profesor de literatura y crítico literario; y tercero, en esa voluntad de cambio, necesaria en cualquier trabajo con intención artística.
Lo de “universalidad” se comprobará si este libro tiene la suerte de ser leído por otros lectores, en otros ámbitos, en otras épocas; pero basta con asomarse a sus páginas para respirar ese aire infrecuente, ajeno diríamos, si no fuese porque sabemos que fue escrito por un hondureño, y en Honduras. Y es que la gran cantidad de referencias culturales presente en estos relatos, más allá de un alarde de erudición, dan fe del espíritu universal del autor, quien no se nota urgido por ese afán de “hacer patria” característico en nuestra literatura.
Un libro, sin embargo, cuya escritura no podría concebirse sin esa cuota de experiencia vital que, si bien no es absolutamente necesaria para la creación, sí le otorga a ésta un mayor grado de verosimilitud; es decir, este libro le debe mucho tanto a las lecturas de Mario como a su ojo testigo y vigilante sobre todo aquello que le rodea.
En Rayuela, Morelli le pregunta a Oliveira si es escritor, y éste le contesta que no, que para ser escritor hay que tener la certeza de haber vivido. Ésta es precisamente la certeza que encontramos en Las virtudes de Onán.
Parece que el autor hubiera esperado llegar a los años de su madurez para quitarles la soga del cuello a sus demonios, quizá como un acto de justicia consigo mismo, después que como lector recorriera vastamente la narrativa clásica y la contemporánea, algo fácilmente comprobable si revisamos sus reseñas en el "Magazine Literario" de Diario Tiempo y sus artículos en la revista Umbrales, o si tenemos la suerte de compartir alguna vez con él un café o unas cuantas cervezas en medio de una conversación sobre literatura. Y es que probablemente los lectores de su categoría no pueden salir indemnes de ese acto apasionado y permanente que es la lectura.
Sucumbió Mario, entonces, a esa necesidad vital de escribir, de decir, a través de la ficción, que más allá de las teorías y de la disciplina lectora había una voz adentro abriéndose paso secretamente. Esa es la voz que escuchamos al leer Las virtudes de Onán, la de un narrador informado, más omnisciente que nunca, un narrador de historias crudas, en bruto, cuyas tramas son, sin embargo, el resultado de una magistral domesticación de la forma, un narrador que, sin proponérselo, utiliza referencias universales para dotar a las pequeñas circunstancias de sus personajes de un carácter igualmente universal.
“La certeza de haber vivido”, dice Oliveira, y Mario agregaría quizá “la certeza de haber leído”. Dos componentes –vida y lecturas- que marcan un buen punto de partida para abordar los relatos de este libro.
Hasta aquí este breve comentario a la obra del amigo Mario. Lo que sigue son sus palabras, y a través de éstas, las palabras de ese personaje suyo que era nihilista sin saberlo, amante del rock y de la Salvavida, enemigo de lo light, ese al que llamaremos Onán sin preguntar por qué, sólo pensando en la simiente derramada, ese Onán del “agujero océano” en el pecho, el que sólo piensa en Ixkik.
San Pedro Sula, 23 de marzo de 2007
4 comentarios:
Siento mucho haberme perdido de la presentación...
Hansy...
Me parecio un libro adaptado bastante al ambiente que estamos viviendo, ahora que ya puedo tener mi propia critica ; me gusto bastante el segundo "para verdades, el tiempo" hasta cierta parte. Las criticas del libro fueron buenas, y la presentacion del libro mucho mejor!!!!!
Es un memorable año para las letras hondureñas. Dentro de diez años le hacemos al viejo Onán el primer homenaje? jaja.
Hansy...
En el primer cuento; Y tu mamá tambien.
Pienso que es la fusión, entre lo que se deseo y lo que núnca se deseo; esto se da cuando llegas a lo esperado(climax) despues te das cuenta que lo que te hizo llegar a ese punto es lo te impide disfrutarlo (culpa)...
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