Mostrando entradas con la etiqueta Copy-Paste. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Copy-Paste. Mostrar todas las entradas

sábado, 5 de diciembre de 2009

Sea un escritor (Consejos del Club Chufa)

Dando "clicks" por aquí y por allá me encontré hace unos días con el Club Chufa Blog... Este podría ser uno de esos hermanos perdidos en la telaraña de internet que mimalapalabra se alegra de encontrar. Desde Hermosillo, Sonora, México, Dino Trajeado nos comparte estos consejos para los escritores [de la H (Honduras)]. Anímese. ¿Quiere tener más poder de persuasión? Lea, repase, memorice y lleve una libreta de bolsillo con apuntes sacados de los libros de Dale Carnegie. ¿Quiere aprender algunos trucos para ganarse el título de escritor? Lea con cuidado el siguiente texto.
 
*Como requisito indispensable, piense en títulos rimbombantes y vacíos: recuerde que el nombre de su obra promete lo que el contenido jamás podrá cumplir; por ello es necesario que los nombres deben sugerir derivados filosóficos lo suficientemente desfachatados para ser cool (con toque, si se quiere, creacionista), por aquello de que hay que llegar al gran público pero cumpliendo con las exigencias de los críticos más testarudos. Invenciones kafkianas, Rótulo con letras menguantes, El tugurio de la muerte alcoholizada, El sinsentido de las lunas de agosto, Tribulaciones del desamor y demás manías, Miedo al retrato del espejo, Aporía bohemia, Oda fatua, Contrafabulario, Mártires de dolores inanes, Electriléptico, Menstruo poético y salino, Historia infinita de la eternidad contada en modo subjuntivo, Morfinidad, todos son posibles y sugerentes, así como pretenciosos, títulos de libros inexistentes que nuestro “Borges” interno y estúpido nos ha insuflado para ganar un Nobel, igualmente ficticio e idiota.

**Tiene que asistir a cualquier evento cultural de su localidad. No importa si no le gusta la danza, el teatro aburrido, las ferias de libros caros o las inaguantables muestras de pintura, que casi siempre están llenas de intelectualuchos que en sus vidas han leído un párrafo decente de teoría estética. El truco consiste en que lo identifiquen, que la gente sepa que usted está comprometido con el arte y la cultura y que por eso está ahí, en lugar de estar leyendo o escribiendo. No se preocupe si es un perfecto idiota, de seguro sabe mentir: siempre es válido y decididamente inteligente señalar que las obras se pueden abordar desde diversos puntos de vista, por contradictorios que sean. Diga esto cuando le pregunten su opinión, aderezando con la infaltable relatividad de la obra de arte. Conceptos como “transgresión”, “replanteamiento de valores”, “apología”, “silogismo visual”, “contrapunto”, “carnavalesco”, “denuncia”, “óptica radical”, “crisis racional”, “complejo de Elektra” (el de Edipo le hará lucir tonto), “freudiano”, “pulsión de muerte”, “fase del espejo”, “estructura discursiva”, “leimotiv”, “constante narrativa”, “desplazamiento centrípeto”, “deconstrucción”, son esenciales a la hora de comentar en estas reuniones donde los egos se ostenta y presumen con un afán admirable por risibles y ridículos. No olvide nombrar a Murakami, Ensayo sobre la ceguera de Saramago y a Nietzsche… insulte los libros de Harry Potter, ridiculice a Dan Brown y a la saga de vampiros de Meyer. Nunca falla.

***Cuando asista a dichos encuentros cultureros, aproveche para hacer amistad con otros bichos de su especie. Sabrá identificarlos porque se visten, actúan y hablan exactamente igual que usted. Si alguno de estos gérmenes tiene alguna obra, escríbale una reseña donde halague las dotes intelectuales de sus compinches, a pesar de que sean un hato de imbéciles. Una mentira, entre más se diga, más se toma como verdad. Por ello es que deberá publicar sus reseñas asquerosas en cualquier medio que acepte sus escritos, comenzando con su blog y su perfil de Facebook. Si quiere ser extremista, prepare entrevistas a sus amigos y publíquelas, promociónelos, aunque sea en su bitácora electrónica. Algún incauto la leerá. Estos trucos publicitarios de poca monta le aseguran a usted que sus mafiosos, digo, sus cercanos amigos artistas le devuelvan el favor. Cuando esto ocurra, usted ya estará incorporado en el engranaje de la cultura local.

****Con los compañeros artistas ganados, usted solo deberá esperar por los frutos de sus diligencias. Será invitado a encuentros anuales de escritores o artistas, podrá presentar libros, leer poemas en una mesa de expositores con otros intragables e intrascendentes artistillas, incluso podrá redactar prólogos para sus amigos y, por si fuera poco, contará con la posibilidad de aspirar a un puesto de trabajo, si es que algún camarada suyo del medio se coloca en una posición en donde pueda repartir a diestra y siniestra jugosos beneficios a sus iguales. ¿Se da cuenta? No necesita calidad ni buenas ideas, ni siquiera obra publicada. Sólo voluntad de querer ser artista. Convénzase de una buena vez de que lo es; ahora salga y persuada al mundo de ello. Deje la pereza y ponga manos a la obra. Jure ad nauseam, siempre, a pesar de la evidencia en contra, que está escribiendo una obra definitiva, necesaria para el panorama universal del arte. Jamás diga que se ha quedado sin ideas, a pesar de que sea verdad. Usted tiene las llaves del éxito. No tenga miedo y conviértase, pero ya, en ese Baudelaire, en el Shakespeare que el mundo necesita y espera.

Publicado también en Blog de Carlos

miércoles, 27 de mayo de 2009

Andrés Neuman recibe el Alfaguara

Andrés Neuman, a la derecha, recibe el Premio Santillana de manos de Ignacio Polanco, presidente del Grupo PRISA.- LUIS SEVILLANO
Luis Goytisolo, presidente del jurado del premio Alfaguara de Novela que hoy recibió el argentino Andrés Neuman, dice que la obra ganadora es una novela "de tono decimonónico pero con la ambición de los maestros del siglo XX". 175,000 dólares le fueron entregados hoy a Neuman, quien abrió su discurso de agradecimiento diciendo: "En la casa de mi infancia había música. Mejor dicho, la casa era de música". Leemos en la nota de El País que el padre de Neuman tocaba el oboe. Su madre, el violín. Los dos hablaban de Schubert. Y sonaba el Viaje de invierno, la historia de un viajero con vocación extranjera, "sin ganas de norte", que sólo se detiene ante un viejo organillero. Hasta ahí la música de Schubert. La imaginación de Neuman hizo lo demás. Al viajero le inventó un amor y a todos, una ciudad ficticia. Y se puso a escribir El viajero del siglo. Por el camino murió su madre y él pensó en dejarlo. Continuó. "Como ese viajero que camina para averiguar adónde va, hoy siento que ya sé para qué seguí escribiendo: para poder dedicarle la novela a mi madre", dijo.
"La literatura del siglo XXI pertenecerá a Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre", dijo una vez Roberto Bolaño. Y ahora todos, no solamente por el premio sino también por el discurso de Neuman, están empezando a entender por qué lo dijo. Dice la otra nota en El País:
¿Y de qué hablan Neuman y esos "hermanos de sangre" llamados a comerse el futuro? El autor de El viajero del siglo trató de responder a esa pregunta: "Durante buena parte del siglo pasado, la mejor literatura latinoamericana se sintió obligada a retratarse a sí misma. Como si se mirase a través de lo que otros esperaban ver en ella". Y otra pregunta: ¿Qué ha cambiado hoy? "Quizás el abandono del propósito de encarnar determinadas esencias nacionales y políticas. Las primeras tienen que ver con la idea de patria y exilio en su sentido ortodoxo. Las segundas, con cierta forma de entender el compromiso político. Que no se está perdiendo, sino reformulando".
Neuman cerró su discurso con una carta a unos extraterrestres hipotéticamente interesados en estudiar a una generación de escritores de ida y vuelta. Emigrantes americanos en Europa descendientes de emigrantes europeos en América. Autores que, como él, escriben en "un castellano de todas partes y ninguna, que es la lengua natural de muchos emigrantes y de su mundo movedizo". Antes de la carta, el escritor señaló la "desterritorialización" como rasgo determinante de los nuevos autores latinoamericanos: "La literatura en español puede aspirar, al igual que otras grandes literaturas (como la norteamericana) u otras lenguas (como el francés o el alemán), a simbolizar cualquier espacio, a ser una metonimia del mundo. Puede que, desde los años noventa, la sensación de muchos nuevos autores sea ésa: el desprejuicio territorial. Esto lo han reflejado situando sus historias en lugares remotos, o bien proyectando una mirada extranjera sobre lugares teóricamente propios".

martes, 26 de mayo de 2009

Benedetti después de Benedetti

La foto de Benedetti es, por supuesto, de Daniel Mordzinski/ Página12.
Hasta ahora, no había querido publicar nada relacionado con la muerte de Mario Benedetti porque sentía que hacerlo significaba (para mí) tan sólo seguir el hilo mediático en el que, por la desafortunada circunstancia de su muerte, de tramo en tramo, unos y otros van recordándolo y llorándolo y considerándolo quizá el mejor escritor del mundo -cosa muy lejana de la realidad- hasta convertirlo en algo distorsionado e inexacto, algo que sólo es posible a través de la extrema generosidad de algunos de sus lectores. Yo, recuerdo de Benedetti muy poco: La tregua, una novela en forma de diario que abrí hace unos ocho años en Librería Caminante y en la que busqué la entrada que correspondía a mi fecha de cumpleaños, y leí: "Si alguna vez me suicido será un domingo. Es el día más desolador, el más insulso". Entonces compré la novelita y me la leí un domingo, y me gustó. Después, una amiga me regaló un libro de cuentos del uruguayo, pero leí el primero, el segundo y parte del tercero y renucié a la lectura. De sus poemas tampoco puedo decir mucho, tan sólo que antes que a Benedetti prefiero a Sabines. Me quedo entonces con La Tregua y su domingo insulso, y con la buena cara del viejito, una cara de abuelito que todos quisiéramos haber tenido (el abuelito, no la cara). Pues bien, si he decidido hoy poner algo sobre Benedetti en este blog es sólo porque me encontré en el Moleskine Literario una entrada que recoge algunas impresiones de escritores argentinos sobre Benedetti. Una de ellas, la que dejo aquí, me llamó la atención porque resume muy bien eso que siento yo por la literatura de Benedetti sin faltar a la memoria del viejo. Lo escribió Juan Pablo Bertazza y dice así:
Benedetti –sería injusto negarlo– es casi una mala palabra para la actual poesía, a tal punto que pocos, muy pocos osarían tomarlo en cuenta. Y eso puede deberse a varias razones: tal vez su inventario poético terminó devorándose al resto de su obra, tal vez su poesía envejeció mal, tal vez no se pueda ser tan popular y de culto al mismo tiempo. Lo indudable es que en el mayor porcentaje del Benedetti poeta hay un Benedetti letrista. Lo curioso es cómo todos los otros Benedettis fueron muriendo a manos del Benedetti de Poemas de la oficina o Sólo mientras tanto, a manos de poemas que le gustaban a nuestros malos maestros de literatura, a manos de poemas que inundan las orillas de la red: el Benedetti periodista, el Benedetti militante de izquierda, el Benedetti crítico de cine, el Benedetti humorista, el Benedetti exiliado y desexiliado, el Benedetti narrador que despabiló al cuento uruguayo con las luces de neón de la ciudad, el kafkiano Benedetti de La tregua, el Benedetti maldito de ese conmovedor relato que es “Sábado de gloria”, donde Benedetti reza a Dios “una oración aplastante, llena de escrúpulos, brutal, una oración a mano armada” para que no se la lleve a su compañera. Todos esos Benedettis que, ahora, paradójicamente, quizás renazcan.

lunes, 18 de mayo de 2009

Los misterios del pasado

P.Modiano. Fuente: elpais.com.
Continuando con Patrick Modiano, y para conocerlo mejor, copio y pego de Babelia este perfil escrito por Claude Castéran, periodista y novelista también francés:
Estamos en 1942. París se encuentra bajo la ocupación alemana. Una tarde de octubre un judío de 22 años, Albert Modiano, que vive casi como un clandestino, conoce a una joven actriz flamenca, Louisa Colpeyn, en un piso del elegante distrito XVI de París. Albert, que ha logrado, no sabemos cómo, evitar llevar la estrella amarilla, vive del estraperlo. Tres años después nace su primer hijo, Patrick. A los 17 años, decide que no volverá a ver nunca más a su padre, ausente y detestado. Mantendrá su palabra. Albert muere en 1977. La guerra, París, un ambiente turbio, un padre quizás cercano a la Gestapo, una madre egoísta sin talento artístico: como arqueólogo de la memoria que no puede escribir más que del pasado, Patrick Modiano no ha dejado de explorar esos temas para escribir, en un francés clásico, sobrio y preciso, una obra singular, una búsqueda de su propia identidad, difuminada y sin fin, entre el romanticismo y la novela policiaca.
"La ocupación es como la tierra en la que he crecido", dijo el escritor que ha construido varias novelas (Reducción de condena, Quartier perdu, Villa triste) sobre este periodo. No importa que no la haya vivido, supo expresar muy pronto algo que acabaría por convertirse en una obsesión nacional: lo que ocurrió en Francia durante la guerra, la colaboración con el ocupante alemán. De muchos autores se dice, para felicitarlos o no, que escriben siempre el mismo libro: esto es particularmente cierto con Modiano. Menos su primera novela, editada en 1968, La place de l'étoile (la historia provocadora y alucinada de un judío antisemita durante la guerra), es autor de una obra coherente, en la que ningún título aplasta a los demás, destilada con regularidad, a la vez emotiva y distante. Podríamos aplicarle la frase de William Faulkner, a quien no dejaban de preguntar sobre su obsesión por las historias de violencia y locura, repetidas de ficción en ficción: "Agoto un sueño".
Modiano, al que no le gusta la introspección, considera que cuanto más misterioso es algo, más interesante resulta. "Incluso trataba de buscarle el misterio a lo que no tenía ninguno", admite en Un pedigrí. Por eso nunca sabemos de dónde vienen sus personajes, ni lo que realmente piensan. Sacudidos entre el presente y el pasado, sus biografías se mantienen inciertas. Nos los cruzamos en las calles, las avenidas y las plazas del oeste parisino (como el distrito XVI), banales ante los ojos de los profanos, pero de repente cubiertos, gracias a la pluma del novelista, de una belleza gris y nostálgica. De sus libros ha nacido un neologismo: "modianesco". Se emplea esta palabra (¿llegará algún día al diccionario?) para evocar a un personaje (o una situación) claroscuro, ni lógico ni absurdo, a medio camino entre los dos mundos, entre la sombra y la luz. También evoca una idea de mutismo y romanticismo.
Nacido en julio de 1945 en los alrededores de París, Modiano vive una infancia de vagabundeo y demasiado solitaria. Su hermano mayor, Rudy, muere en 1957. La impresión que le causó fue enorme: Patrick le dedica todos sus primeros libros. Abandona los estudios después de la selectividad y se pone a escribir, a escondidas de sus padres: "No tenía más que 20 años, pero mi memoria era anterior a mi nacimiento". Libro tras libro, construye un museo imaginario, lejos de las modas, hasta ser considerado un clásico en Francia. Sus obras, que han recibido numerosos premios, se venden bien, aunque Patrick Modiano no aparece en la televisión ni tampoco en la prensa popular. Es un hombre discreto, con la mirada dulce y el rostro un poco dolorido, conocido por su dificultad para expresarse y su indiferencia ante los honores (se niega a entrar en la Academia francesa, donde sería acogido con entusiasmo).
Este aficionado a los sucesos, casado desde 1970 y padre de dos hijas, no se ha retirado "de la sociedad del espectáculo", como demuestra su afición al cine. En 1974, escribió con el cineasta Louis Malle el guión del exitoso filme Lacombe Lucien, la polémica historia de un joven campesino que en 1944 se pasa a los alemanes más por ignorancia que por decisión meditada. Es autor de otros guiones y ha escrito junto a Catherine Deneuve un ensayo sobre la hermana que murió joven de la actriz, Françoise Dorléac. Jurado del Festival de Cannes en 2000, Modiano también es autor de letras de canciones.
El éxito no le ha cambiado. Cuando alguien le reconoce por la calle y le pregunta si es Patrick Modiano, responde, según cuentan: "No, no soy yo". Después de haber leído sus libros, largas ensoñaciones sobre la realidad, uno se pregunta si finalmente no está hablando en serio, si no es el más modianesco de sus personajes, un fantasma intranquilo, modesto y encantador.

martes, 21 de abril de 2009

Wolff y las correcciones

Tobias Wolff- JON URIARTE/El País
Del escritor norteamericano Tobias Wolff (Alabama, 1945) nos llega recientemente Aquí empieza nuestra historia (Alfaguara), un libro que reúne 30 de sus mejores cuentos. Wolff es de los que nunca paran de corregir sus textos, aunque estos hayan sido publicados una o varias veces, según este reportaje de la última edición de Babelia:
El nuevo libro arranca con una confesión en el prólogo: Wolff ha retocado sus viejos relatos, y lo ha hecho porque como autor considera que ese material sigue vivo. Fue otro Wolff quien los escribió, admite, pero el de ahora se siente con pleno derecho a meter mano, en beneficio del lector. "No he cambiado el argumento. La mayor parte de los cambios han sido de lenguaje, de precisión, de depuración. Si puedes prescindir de algo, ¿por qué no quitarlo? Los cambios cosméticos son importantes. A veces estás dentro y no lo ves. Ése ha sido el problema que he tenido cuando he escrito algunas historias", dice sentado en el sofá. Sus argumentos resultan convincentes. Wolff sabe cómo persuadir a sus interlocutores con sus razones sensatas. Inspira confianza con su aire tranquilo y cercano. Evita cualquier demostración banal de ego. "Estoy en un constante estado de revisión y edición. Y las historias nunca llegan a un punto en el que están cerradas, nunca llega un momento en que esto para. Porque vamos cambiando", aclara.
Y para que no le ocurra lo que a Bolaño o a su amigo Raymond Carver, dice que ya ha tomado sus precauciones:
"Ya he dejado dicho que cuando muera, por favor, que no me toquen los papeles. No quiero que la gente sepa. Entiendo que no es una actitud generosa hacia escritores futuros pero los borradores son asunto mío", añade con una sonrisa. Para evitar tentaciones futuras a sus deudos, dice que ya ha comenzado a destruirlos.

domingo, 1 de febrero de 2009

El caso Kundera

Miroslav Dvoracek. Fuente: El Malpensante

Había leído superficialmente sobre el caso Kundera. Cuando digo "superficialmente" quiero decir que no me había interesado por saber exactamente de qué se trataba el asunto, qué fue lo que motivó, supuestamente, a Milan Kundera a actuar de esa manera hace cincuenta años, cuando aún no era el enorme escritor que llegó a ser. Y la diferencia de este caso con el de Günter Grass es que al parecer Kundera no tenía intenciones de pelar su cebollita y dar a conocer este supuesto episodio de juventud. En El Malpensante, Andrés Hoyos nos trae la historia de esa infamia que, aunque el escritor checo la niegue, lo cierto es que a un hombre llamado Miroslav Dvoracek le salió muy cara:
Nacido un año antes que Kundera, en 1928, Dvoracek fue piloto militar durante la guerra, pero al tomarse el poder los comunistas en 1948 lo licenciaron, como hicieron con muchos compatriotas. Una vez le informaron que debía alistarse en la infantería, Dvoracek desertó, y pasadas no pocas peripecias fue a parar a Munich. Allí, aparentemente sin pensarlo de a mucho, se ofreció como espía a una organización presidida por el general Frantisek Moravec, un héroe checo de la guerra contra los nazis. Lo primero que le pidieron a Dvoracek fue que viajara a Praga a contactar a un importante dirigente de Chemapol, la industria química del país. La misión fue un fracaso que casi termina con su arresto. Al año siguiente Dvoracek intentó por segunda vez la misma misión, pero en esta ocasión tampoco le fue fácil contactar al bendito funcionario. Como no lo hallaba, se puso a vagabundear por Praga, y en un puente sobre el río se cruzó con Iva Militka, una muchacha conocida de la infancia, a la que acompañó a la residencia de estudiantes en la que vivía. Allí dejó un maletín a su cuidado. Tras salir al día siguiente a buscar una vez más al elusivo funcionario del emporio químico, de nuevo con resultados nulos, quiso volver al dormitorio de Iva, donde pensaba recobrar su maletín y pasar la noche antes de regresar a Alemania. A la entrada los agentes de la STB, la policía política de la época, le cayeron encima.
Lo que siguió para Dvoracek fue un calvario similar al padecido por miles en la época. Pronto le hicieron un juicio sumario en el que el fiscal pidió para él la pena de muerte por deserción y espionaje. Las fotos que lo muestran desafiante son de ese momento. A la hora de la sentencia, la pena de muerte le fue conmutada por una condena a 22 años de cárcel, de los cuales pagó 14, buena parte de ellos de trabajos forzados en una mina de uranio en Pribram. Una vez lo dejaron libre, Dvoracek se las arregló para fugarse a Occidente, y ha vivido en Suecia a partir de entonces.

Dice un informe de la Policía de Praga que el instituto dio a conocer en estos días:

Milan Kundera, estudiante, nacido el 1 de abril de 1929 en Brno, residente del dormitorio de estudiantes Praga VII... vino hoy a las 4 p.m. al departamento de policía local e hizo una declaración sobre Iva Militka, una estudiante que vive en la misma residencia. Ella le contó a un compañero de estudios apellidado Dlask [su futuro esposo] que se había encontrado con un amigo suyo, llamado Miroslav Dvoracek, en el barrio praguense de Klarov. Dvoracek debía darle a guardar un maletín, diciendo que pensaba recogerlo en la tarde del 14 de marzo de 1950. Basados en esa declaración, los agentes Rosickly y Hanton fueron hasta la residencia estudiantil y examinaron el maletín...(1)

El texto completo puede leerse aquí: La verdad.

1. Ver: http://www.ustrcr.cz/en/recollections-of-anti-communist-fighters-and-resistants-miroslav-dvoracek

viernes, 30 de enero de 2009

JMoreno sobre Thays

El novelista peruano Iván Thays.
Desde que resultara finalista en el Herralde, Iván Thays no para de postear en su Moleskine Literario todas aquellas reseñas más o menos importantes que van apareciendo sobre su novela Un lugar llamado Oreja de Perro. Lo curioso es que Thays, aunque generalmente inteligente en esas ocasiones, acaba produciendo algo de lo que Javier Moreno, del blog Balada del elefante azul y autor del libro de relatos Lo definitivo y lo temporal, llama "verguenza ajena". Estoy de acuerdo con Javier sobre lo que dice de Iván, si no, no estaría copiando aquí este comentario suyo, claro, porque aunque Iván se defienda bien y "sacuda" a sus críticos con inteligentes ironías y sarcasmos, de poco sirve que lo haga, y más bien le resta algo de ese glamour y esa elegancia que manifiesta en sus fotografías y de la que él mismo, quizá también con ironía, se jacta a veces. Leamos el post de JM:
(P.D. de un día después: Es posible que se haya entendido mal mi decisión de pegar aquí este comentario de JMoreno. Mi intención, más allá de criticar a Iván Thays -cuyo blog es uno de los mejores que pueden encontrarse en internet y cuyos comentarios en ese blog siempre me han parecido inteligentes- era simplemente hacer un poco de eco a la pespectiva desde la cual analiza el asunto JMoreno, que es la de subrayar lo inútil que acaba siendo que un artista reaccione airadamente a las críticas. Ni Thays ni ningún otro escritor podrán impedir nunca que se produzcan eso que consideran "malas lecturas" de sus obras, y lo que acabará sucediendo con Thays es que se cansará un día de contestar cada una de esas reseñas en donde su novela no queda muy bien parada. Defenderse tanto, a la larga, resulta cansado y aburrido. Si las críticas recibidas son justas o no, allá los críticos. No se debe perder el tiempo dedicándoles atención personalizada. Así que ni a favor ni en contra de nadie está este post; era sólo una observación al asunto).
Como le decía hoy a Inga, siempre es bueno corroborar que cualquier preconcepción que uno tenga de sus propios escritos va a romperse inevitablemente cuando otras personas los lean y se apropien de ellos. Tal vez esa sea la principal ganancia de liberarlos por ahí. Creo que por eso me impresiona (y hasta me da un poco de vergüenza ajena) la respuesta airada de Iván Thays a los comentarios críticos sobre su reciente novela premiada. Incluso cuando la crítica parece ser a todas luces positiva, o por lo menos no particularmente dura, Thays replica en su blog con una especie de sarcasmo cargado de evidente rabia: No leyeron como debían, dice. No entendieron mis bromas. No supieron apreciar mis juegos. No fueron suficientemente listos. Es triste: Esperaría de un escritor supuestamente consolidado y adulto como Thays una reacción ante la crítica (si alguna) menos torpe, más constructiva. Al fin y al cabo, nadie gana con esos reportes de lectura tanto como él.

lunes, 19 de enero de 2009

¿Cómo narrar en América Latina?

Fuente: la nación
Horacio Castellanos Moya responde hoy al periodista Leonardo Tarifeño del diario La Nación de Argentina, como parte de una serie de entrevistas a siete escritores latinoamericanos -considerados "La nueva guardia"- en las que se busca, básicamente, encontrar respuesta a una sola pregunta: ¿Cómo narrar en América latina? Es precisamente HCMoya quien la formula:

"¿Cómo narrar en América latina, donde un hombre acribillado a balazos no es noticia, y donde una bolsa con siete cabezas humanas es apenas un sueltito en un periódico de la mañana?".

Y sigue así la nota:
Cómo narrar en América latina es una pregunta siempre vigente para la cual distintas generaciones de escritores fueron elaborando respuestas en forma de novela. El realismo mágico, los sortilegios del boom, la rebelión del posboom, los outsiders de la vanguardia estilo Bolaño y Aira, y estos jóvenes contemporáneos maduros de diversas formas y preocupaciones, a los que no los unen el espanto ni la ortodoxia ni la envidia ni la tentación de lo exótico sino simplemente la vocación por narrar con una libertad estética inédita. "La única regla para mi generación es que no hay reglas", dice el colombiano Juan Gabriel Vásquez. Además de Castellanos Moya y de Vásquez, fueron entrevistados para este informe especial de adn cultura el brasileño Daniel Galera, el peruano Santiago Roncagliolo, el colombiano William Ospina, el peruano Daniel Alarcón y el boliviano Edmundo Paz Soldán. Hay muchos más nombres en el Gran Seleccionado Latinoamericano. Pero este grupo sin antagonismos, que pasó recientemente por Buenos Aires, los representa de alguna manera a todos. Los dos faros de estos escritores son precisamente Bolaño y el mexicano Juan Villoro. El primero, por la mezcla de la experimentación literaria con el interés político. Y el segundo, por la reinvención de la crónica novelada como género y la diversidad de intereses: Maradona, Yeats, Rolling Stones, el narcotráfico, el cuento, el teatro, la novela, el ensayo, el fútbol.
Algunas de las respuestas de HCM:
¿Siempre quiso ser escritor?
Que yo recuerde, sí. Pero el tiempo en el que me formé se ha ido. Sobre todo, porque me tocó crecer en un mundo hostil a la literatura. Aquella era una sociedad que empezaba a polarizarse y en la que se miraba al escritor con suspicacia y desprecio. La generación anterior ya se había radicalizado políticamente y por eso el solo hecho de ser escritor lo convertía a uno en sujeto de sospecha.
¿Extraña la política?
Los últimos años yo viví la política como periodista. Y el periodismo es la mejor manera que encontré para ganarme la vida. Por supuesto, mis novelas tienen un paisaje político intenso, porque muchas de ellas retratan momentos de la vida centroamericana, marcadas por un gran conflicto político y social. Pero yo no tengo pasiones políticas, sino curiosidades.
En sus novelas la política aparece en los personajes, pero no tanto en las tramas.
Sí, por eso yo digo que mis novelas no son políticas, porque las tramas no están determinadas por el juego del poder. En mis libros, los personajes son gente desencantada que alguna vez tuvo algo que ver con la política, pero que vive pasiones personales.
¿Sus libros responden a una misma técnica?
No, yo he tenido dos maneras de escribir. Una corresponde a un impulso, que es una escritura casi por posesión, y en la que parece que el libro ya está escrito dentro de mí. Así han sido El asco, Baile con serpientes e Insensatez. La otra manera es, yo diría, más profesional, con una metodología establecida, una rutina diaria y un plan más o menos definido. De esta manera escribí El arma en el hombre y Tirana memoria, entre otros.
¿Cómo ve a la literatura latinoamericana actual?
Mucho de lo que pasa hoy en las letras de nuestra continente es un efecto de la obra de Bolaño. Pero, al mismo tiempo, y desde hace ya varios años, la nuestra es una literatura que ha ganado madurez. No tiene que demostrarle nada a nadie, porque hemos dejado atrás la adolescencia. Hay todo tipo de corrientes, todas válidas, más allá de la calidad y de los gustos. Está la vertiente social, la experimental, y propuestas que buscan hacer una ficción más del tipo europea pero desde Latinoamérica. El debate sobre qué es lo válido y qué no ha perdido vigencia.
¿Por qué? ¿Qué es lo válido hoy en día?
Pues lo que está bien escrito y agarra al lector y no lo suelta, más allá de cómo o desde dónde.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El País recomienda

La librería La Central del Raval, en Barcelona. Fuente: elpais.com

En su edición de hoy, elpais.com ofrece "las 30 lecturas más recomendables para Navidad". Obviamente, como su título anuncia, es una nota dirigida al tipo de lector que lee (o al menos compra) lo que le recomiendan. Ya saben: los libros que combinen con rompopo, cerdo y pavo; con manzanas, uvas y Tres Leches; con cervezas, champaña, vino y villancicos; con Chelato, Nasralla y Copán Álvarez anunciando la llegada del Año Nuevo. A mí en Navidad que no me recomienden libros, que los que voy a leer los compré desde Semana Santa. Pero en fin, aquí les dejo algunos:

  • La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, Stieg Larsson (Destino)

La arisca Lisbeth Salander, hacker de metro cincuenta y temperamento volcánico, es la protagonista absoluta de La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, la segunda entrega de la trilogía Millennium, de la que su autor, el fallecido periodista sueco Stieg Larsson (1954-2004), ha vendido cerca de 7,5 millones de ejemplares en todo el mundo. Tras Los hombres que no amaban a las mujeres (300.000 ejemplares vendidos en España), en la que el reportero Mikael Blomkvist formaba equipo con Salander para resolver una misteriosa desaparición y denunciar una gran estafa empresarial internacional, la pareja protagonista vuelva a reunirse un año después. Ahora es Salander la es acusada de un triple asesinato, incluido el de un reportero que investigaba una trama de tráfico de jóvenes del Este obligadas a prostituirse en Suecia. Poco a poco, las pesquisas van relacionando de manera inesperada a la cúpula de la organización criminal con el turbulento pasado de la propia Salander. Si en la primera novela Larsson hilvanaba una impecable investigación detectivesca, en esta compone un thriller centrado en el origen de Salander y en un secreto de Estado en el que resultan implicados periodistas, asistentes sociales, miembros de los servicios secretos suecos y hasta ex espías soviéticos.
  • Los relatos del padre Brown, G. K. Chesterton (Acantilado)

El padre Brown, el clérigo capaz de meterse en la piel de cualquier criminal gracias a su buen conocimiento del alma humana, regresa en un volumen que reúne por primera vez en español todos sus casos. Considerado una paradoja andante (un religioso que recurre a la razón para investigar crímenes), el padre Brown ha escuchado cientos de confesiones de arrepentidos y conoce palmo a palmo el corazón humano. Sabe que por sobrenatural que parezca cualquier crimen, siempre hay una explicación lógica. Las aventuras del padre Brown, hermano literario de Auguste Dupin y Sherlock Holmes, transcurren en una cincuentena de relatos, publicados entre 1910 y 1935. En esta colección se reúnen los canónicos (editados originalmente en cinco recopilaciones) más tres recuperados posteriormente, traducidos todos ellos de nuevo por Miguel García Temprano. Buena ocasión para releer esos casos tan espléndidos que deleitaron a Kafka, Hemingway y Burgess, entre tantos otros. Relatos como, por ejemplo, 'El puñal alado' y 'El cartel de la espada rota'.
  • Cuentos esenciales, Guy de Maupassant (Mondadori)

Gran maestro del cuento, el francés Guy de Maupassant (1850-1893) exhibe su talento en esta voluminosa recopilación que reúne buena parte de sus mejores relatos. Seleccionados por Marie-Helèn Badoux, son más de 110 textos publicados entre 1879 y 1891 y recién traducidos por José Ramón Monreal. Discípulo y protegido de Gustave Flaubert y próximo a la órbita naturalista de Ivan Turguéniev y Émile Zola, Maupassant cautivó al público lector francés (y sobre todo al parisino) con su destreza para la construcción de tramas y para hallar detalles iluminadores (acompañados con ilustraciones de Ana Juan). Aquí figuran cuentos tan aplaudidos como 'Bola de sebo' (1880), ambientado en la guerra franco-prusiana y con el que alcanzó un reconocimiento unánime, 'Las joyas' (1883), y el inquietante 'El Horla' (1887), crónica enfebrecida de lo que parece un desdoblamiento de personalidad (y en el que algunos han querido ver una prefiguración de la manía persecutoria que llevó al propio Maupassant a la locura y al intento de suicidio). Considerado uno de los padres del cuento moderno, Maupassant también brilló en la novelística, con trabajos como Bel-ami, pero seguramente fue su habilidad para concentrar trozos de vida en los breves relatos lo que le ha hecho perdurar.
  • Crepúsculo, Stephenie Meyer (Alfaguara)

El otro fenómeno editorial de la temporada es un romance vampírico; el amor imposible entre la joven Bella y el no muerto adolescente Edward, que no tiene colmillos y aborrece la sangre humana. La novelista debutante Stephenie Meyer (Connecticut, EE UU, 1973), mormona, casada y madre de tres hijos, ha construido una trama adictiva que reinterpreta la tragedia de Romeo y Julieta en clave transilvana con las dosis justas de romanticismo gótico y malestar púber de instituto estadounidense. Crepúsculo es la primera entrega de una tetralogía novelística que ya ha vendido 17 millones de ejemplares en todo el mundo y que ha sido traducida a 37 idiomas. La adaptación cinematográfica ha conseguido una taquilla considerable, con una recaudación de más de 70 millones de dólares en EE UU.
  • Lecturas de mí mismo, Philip Roth (Mondadori)

Mapa para adentrarse sin miedo en la vasta y densa obra de Philip Roth, considerado uno de los mayores (si no el mayor) novelistas estadounidenses vivos. Recopilación de artículos, ensayos y entrevistas publicados desde 1959 y a lo largo de 25 años, Lecturas de mí mismo presenta un material valioso para entender la poética del autor de Pastoral americana (que se completa con la otra gran recopilación ensayística rothiana: El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras (Seix Barral). Conocido por sus obsesivas reflexiones sobre la creación literaria, él mismo desentraña aquí su relación con sus álter egos (Lonoff, Portnoy y, sobre todo, Zuckerman) y advierte de que su obra no debe leerse como una obvia recreación autobiográfica ('Entrevista para Le Nouvel Observateur'). El autor de Elegía desgrana algunos referentes clave de sus novelas, como su relación con la ciudad de Newark, en Nueva Jersey, su afición por el béisbol y su obsesión por el sexo. Al tiempo que reflexiona sobre su posición como escritor judío ('Escribir sobre los judíos') y estadounidense ('Escribir narrativa norteamericana'), el propio Roth ofrece glosas sobre algunos de sus títulos más destacados, como El lamento de Portnoy, Nuestra pandilla, La gran novela americana y Mi vida como hombre. Roth explica a Roth.
  • Obra selecta, Edmund Wilson (Lumen)

Quizá nadie como Edmund Wilson (1895-1972) ha ejercido mejor la tarea asignada comúnmente al crítico literario: un árbitro del gusto literario. En Obra selecta, el editor Aurelio Major ha reunido una parte sustancial (900 páginas) de la producción crítica del erudito estadounidense que reúne sus certeros análisis sobre la obra de Lewis Carroll, Gustave Flaubert, Charles Dickens, James Joyce, Ernest Hemingway, T. S. Eliot, Francis Scott Fitzgerald, además de parte de su correspondencia con Vladímir Nobokov y John Dos Passos, entre otros. Dueño de una vasta cultura, una escritura clara y un criterio independiente, Wilson se alzó como una de las voces de referencia de la crítica estadounidense. "Su celebridad se cimentaría en su periodismo literario y crítico, de precisión judicial, erudito y concentrado, atento a los hechos, presentado con una de las prosas más atractivas y elegantes de sus contemporáneos, lo que le confirió una autoridad (...) sin parangón", señala Major. Una buena aproximación a la obra del que ha sido considerado "el mayor hombre de letras de la primera mitad del siglo XX en Estados Unidos", según indica Major en el prólogo.
  • Gomorra, de Roberto Saviano (Debate)

Un libro que ha valido una condena a muerte lanzada por el crimen organizado. El periodista Roberto Saviano (Nápoles, 1979) se adentra en las entrañas de la Camorra napolitana, también conocida como el Sistema, una organización criminal sustentada en el comercio de mercancías frescas (videojuegos, relojes, ropa de marca) y mercancías muertas (residuos químicos tóxicos y basuras diversas) que llegan de toda Europa para ser vertidas en los alrededores de Nápoles. Saviano documenta el funcionamiento del Sistema, un gran complejo empresarial que mezcla las operaciones financieras con los delitos de sangre, y sus ramificaciones internacionales. Sus miembros, muchos de los cuales se inspiran en películas como El padrino o El precio del poder, han amenazado de muerte a Saviano tras el éxito de ventas del reportaje (más de dos millones de ejemplares vendidos), que ha sido llevado a la gran pantalla por Matteo Garrone, con éxito de público y crítica.

sábado, 13 de diciembre de 2008

FMallo y las "fanfictions"

Dibujo de Eulogia Merle/El País.
Curioso este artículo del AFMallo que leo en Babelia y del que dejo a continuación algunos fragmentos. Lo más interesante del artículo no es que FMallo o cualquier otro lector-cibernauta haya descubierto este subgénero de la ficción llamado "fanfictions", porque ni yo ni nadie (incluso el mismo FMallo) podría creer que se trata de un descubrimiento. La cosa trasciende simplemente porque se ha producido el bautismo. Ahora ya existe un nombre para esas ficciones que toman personajes o situaciones de otras ficciones para recrearlos o procurarles una realidad distinta a la original. Veamos:
¿Qué es una fanfiction? Como el asunto cae dentro de la esfera Internet, parece lógico acudir a una base de datos de ese hábitat. De Wikipedia: "La/el fanfiction (literalmente, ficción de fans), a menudo abreviada fanfic o simplemente fic, son relatos de ficción escritos por fans de una película, novela, programa de televisión o cualquier otro trabajo literario o dramático. En estos relatos se utilizan los personajes, situaciones y ambientes descritos en la historia original y se desarrollan nuevos papeles para estos personajes". Esta modalidad apropiacionista, típicamente posmoderna, es elaborada cada día por una legión de escritores embebidos en la Red, que no se toman a sí mismos por escritores, y posee una legión aún mayor de seguidores cuyo grado cero o metafísico vendría representado por Enjuto Mojamuto, el abstracto y tecnorromántico personaje de Muchachada Nui.
FMallo propone cuatro ejemplos para considerar las fanfictions "como una práctica literaria tan legítima, grandiosa, aburrida o abyecta como otra cualquiera":
1. Coger al personaje Luke Skywalker, o a Harry Potter, o al kafkiano Joseph K, y meterlos en otra ficción, darles otra vida, ¿no es acaso lo que lleva haciendo la literatura desde su inicio? Como ha señalado Carmen Morán Rodríguez, el primer posmoderno fue Homero, quien elaboró la primera fanfiction al meter al Aquiles de la Ilíada interpretándose a sí mismo en el canto XI de la Odisea (primer cameo teatral y literario de la Historia). Por no hablar del Quijote respecto a los personajes y libros de caballerías. De ahí a fanfictions como Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, de Borges, o el detective Colombo introducido en la película El cielo sobre Berlín, de Wenders, no hay más que un salto de charco.
2. Habría que recordar lo defendido por Barthes a colación de la muerte del autor. El texto le pertenece al lector, lo elabora el lector en cada lectura, y como legítimo propietario de su fantasía no debería haber impedimento para que la gestionase como creyera conveniente. Se habla mucho de los derechos de autor, pero ¿y los derechos del lector? Como escritor, entiendo que mis personajes no me pertenecen; de entrada, porque eso constituiría una modalidad como otra cualquiera de esclavismo contemporáneo.
3. En estricto, hasta la común inclusión de cursivas en un texto como cita de textos predecesores constituye un tipo de fanfiction.
4. Hay fanfictions de alta y baja calidad literaria, de la misma manera que hay novelas mejores o peores. Una novela no deja de ser novela porque sea mala ni es más novela porque sea buena.
Pero la parte más curiosa del artículo no es precisamente la que aclara el panorama sino más bien la que, por esa manía -a veces divertida, a veces aburrida, a veces interesante- de FMallo de meterle a su literatura toda la ciencia y el lenguaje científico que le salga del pecho, acaba enredándolo todo con una tal teoría de "El Centro de Tiempos". Leámosla completita, si es que no nos atascamos (en este caso valdrá la pena una relectura, y después quizá otra, y otra):
La falta de legitimación que suscita esta práctica literaria tiene que ver con una mirada clásica, ya no de la literatura, sino del propio concepto de Tiempo. En efecto, la presunción de existencia de un texto canónico, el cual es copiado o violentado por la fanfiction, remite a una conciencia de tiempo no relativista y más bien lineal: la fanfiction siempre viene después en el tiempo que su correspondiente novela matriz. Pero ese argumento se puede puentear y hasta invertir a través de un símil. En la física básica hay una manera bastante ingeniosa y útil de visualizar el choque de dos partículas, que consistiría en ver ese choque no como un observador externo que está plantado en el laboratorio viendo cómo una partícula va a toda velocidad contra otra que está quieta (por ejemplo, cuando jugamos al billar y queremos golpear con una bola otra que está detenida), sino verlo como un observador que fuera montado en el Centro de Masas de las dos partículas, es decir, montado en un punto imaginario situado, por simplificar, en el punto medio entre ambas partículas en cada instante, y que, lógicamente, se desplaza a medida que la partícula en movimiento se aproxima hacia la que está quieta. Para este observador, montado cual jinete en ese Centro de Masas, ninguna de las dos partículas (o bolas de billar) está detenida, sino que las dos viajan hacia él, hacia su cara, lugar donde finalmente colisionarán. Es decir, que de la típica visión de una partícula en movimiento aproximándose a otra que estaba quieta hemos pasado a la visión de dos partículas que se mueven la una hacia la otra con tal de hacer un cambio a un sistema de referencia llamado Sistema de Referencia Centro de Masas, que es relativo. Haciendo por fin el símil literario que pretendíamos, ese cambio a un sistema de referencia relativo es el que legitimará las fanfictions, sólo que ahora el cambio no es en el espacio, sino en el tiempo, es decir, no vamos a suponer que existe una obra literaria original y fija (la partícula detenida), de la que le son extraídos más tarde personajes a fin de crear una fanfiction posterior en el tiempo a aquella obra original, sino que vamos a imaginar que cambiamos a un sistema de coordenadas de tiempo relativo, que flota entre las dos obras, en el cual ni la obra original precede a la fanfiction ni viceversa, sino que las dos se retroalimentan de personajes y decorados en un tiempo situado entre ambas, fuera del tiempo marcado por el reloj histórico. A ese punto temporal, que flota entre ambas obras, podríamos denominarlo un Centro de Tiempos bajo el cual las dos obras van la una hacia la otra (como antes, en el sistema Centro de Masas, las dos bolas de billar iban la una hacia la otra aunque una de ellas estuviera quieta). En ese Centro de Tiempos, ya no hay una dirección temporal privilegiada, no hay delante ni atrás, ni anterior ni posterior, sino un sistema de dos o más obras literarias que intercambian flujos literarios mientras giran las unas en torno a las otras. Por definición, ese Centro de Tiempos es relativo ya que carece de movimiento absoluto, y es el que me parece adecuado para describir la literatura del apropiacionismo en general y las fanfictions en particular, desde Homero a Internet. Es más, en último extremo, creo que es este modelo de tiempo el que define la posmodernidad y que hace que desde el origen de la literatura esa posmodernidad haya existido; lo que ocurría es que, como en la revolución copernicana, sólo hay que cambiar de sistema de referencia para verlo. No estaría mal ir pensando que esa revolución copernicana, ese cambio a la visión de la literatura desde un Centro de Tiempos, existe y da interesantes frutos. Debe existir la libertad para elegirlo o no según le convenga al autor.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Saramago responde

José Saramago durante la presentación de su última obra, El viaje del elefante, en Lisboa, Portugal. Foto: EFE/Andre Kosters.

José Saramago responde así algunas de las preguntas del periodista Xavi Ayén del diario La Vanguardia. Primero: lo que le costó escribir su última novela, El viaje del elefante:

Tenía 40 páginas hechas antes de caer. En todo el tiempo que estuve enfermo, casi un año, no escribí pero estuve pensando en el libro, le decía a los doctores: 'A ver si no voy a poder acabarlo...' Cuando finalmente llegué a casa, pesaba tan solo 51 kilos, estaba muy debilitado pero, contra todo pronóstico, a las 24 horas ya estaba escribiendo como un poseso. Es algo muy bonito y gratificante que, a pesar del estado deplorable en que me hallaba haya encontrado fuerzas para escribir. Más sorprendente todavía es que me haya salido un libro tan humorístico. ¿Cómo es posible que, habiéndole visto la cara a la muerte, este sea mi libro más divertido, el único en que el humor está presente en cada página? No fue premeditado, es como si el libro hubiera querido ser escrito de ese modo. Nada de mi horrible experiencia ha pasado a él, ni siquiera un leve detalle.

Después: su negativa a “aprovechar” sus pesadillas y usarlas como material narrativo:
He tenido sueños absolutamente terroríficos, las peores pesadillas de mi vida, que olvidaría si pudiera. Nunca las recrearía en público.
¿Por qué?:
Al contrario de lo que Freud creía, no se puede describir un sueño porque siempre te queda algo esencial fuera, todo sueño contiene algo inefable que forma parte de su esencia.
Y por último: su escritura característica, su estilo que no requiere de tantas mayúsculas y signos de puntuación:
Cuando hablamos no hay signos de puntuación. Hablamos igual que se hace la música, con sonidos y con pausas. Una interrogación no es un signo al final, es una melodía. Para mí, el lector debe tener un papel que vaya más allá de interpretar el sentido de las palabras, el lector debe poner su música, interpretar la partitura del texto de un modo muscular, de acuerdo a su respiración y su propio ritmo. En el fondo, la puntuación es lo mismo que las señales blancas pintadas en las carreteras, que intentan impedir que el conductor tenga problemas pero, tal vez, si no existiera ningún tipo de señales, todo el mundo conduciría con mucho más cuidado. Eso es lo que quiero, que me lean con cuidado.

martes, 9 de diciembre de 2008

Faverón sobre Roncagliolo

Fotograma de la película Al final de la escapada, de Jean-Luc Godard.

Encontré este excelente comentario en el blog Puente aéreo, en donde su autor, Gustavo Faverón, ofrece una rápida pero contundente opinión sobre los hipermodernos consumidores de arte (¿qué será eso?). Veamos:

Un comentario sobre Jean-Luc Godard vertido por Santiago Roncagliolo en un artículo reciente de la Revista Ñ, del diario Clarín, ha causado una divertida respuesta en el blog argentino La Lectora Provisoria. Supe de la reacción del cinéfilo argentino a través del comentario de un lector y con dos paradas previas, la primera en el blog Páginas del Diario de Satán, del más interesante crítico peruano de cine, Ricardo Bedoya, y la segunda en la bitácora, también peruana, Cinenuentro.
Básicamente, lo que Roncagliolo dice sobre Godard es que el suyo es cine somnífero y aburrido, a lo mucho útil para ligar con chicas esnobs (y eso además sólo en la época en que Godard era cool, o sea, dice Roncagliolo, en los... ¿noventas...? ¿No hay allí un resbalón de unos treinta años?).
Nadie tiene ganas (ni tiempo) para volver a la vieja seudo-polémica armada por quienes piensan que despreciar lo intelectual por aburrido implica volver cool, como por arte de magia, lo que es simplemente malo y vacío. Pero sí vale la pena, quizás, fijarse en cómo va perdiendo gracia el asunto cuando los abogados de la superficialidad encuentran que todo, excepto quizá algún fascículo de Hellboy, es demasiado intelectual y, por tanto, excesivamente aburrido.
O sea, en otras palabras: Godard no debería ser aburrido ni demasiado intelectual para nadie que haya elegido como terreno para su obra el territorio que Roncagliolo ha escogido para la suya: los cuadrantes de las mejores obras de Godard son precisamente los que, se supone, prefiere Roncagliolo: el film noir, el drama y la tragedia de la burguesía decadente, la serie B de Hollywood, y otros que abundan entre las referencias que nuestro compatriota suele poner sobre la mesa: la narración distópica, la ciencia ficción, etc.
Entonces, la pregunta es: ¿no será que, con autores como Santiago Roncagliolo, no estamos ya ante el más o menos trasnochado reclamo por un arte desintelectualizado, sino que, más bien, nos enfrentamos a una especie de desvergonzada reivindicación de la más absoluta vacuidad? ¿Cuán ausentes tendrían que estar en una obra de arte la inteligencia, la sutileza y la complejidad para que lectores o espectadores a lo Roncagliolo no se queden dormidos ante ella?

martes, 18 de noviembre de 2008

La historia que ya existe

Mi amigo Hernán siempre me envía textos de esa excelente revista colombiana llamada El Malpensante, textos que si me dedicara a archivar constituirían a la larga una antología del buen gusto. En esta ocasión se trata de un artículo del narrador colombiano Juan Gabriel Vásquez sobre la relación ficción-realidad en la obra de Ricardo Piglia. Dejo a continuación unos fragmentos, pero pueden leerlo completo pulsando aquí.

La relación que en la obra de Piglia tienen esas dos categorías antipáticas que llamamos realidad y ficción es, en el mejor de los casos, incierta, y en el peor, directa y maravillosamente tramposa. Es así que se debe leer el epílogo que alguien llamado Ricardo Piglia escribe al final de Plata quemada. “Ricardo Piglia” –y aquí echo mano de mis comillas– cuenta cómo llegó a conocer la historia que hemos terminado de leer, y comienza a hacerlo con estas palabras fantásticas (fantásticas, digo, en más de un sentido): “Esta novela cuenta una historia real”. Seis palabras sencillas que, pese a su sencillez, son las que hacen que Plata quemada sea la novela que es, el aparato osado que es. Pues el epílogo es parte de la ficción; esas seis palabras son parte de la ficción, son una creación narrativa, y están allí puestas con las mismas intenciones con que se han puesto las primeras palabras de la novela.
(...)
Buena parte del arte de la persuasión en Piglia se construye sobre ese desplazamiento: Piglia o sus narradores invierten una formidable cantidad de energía en moldear a su gusto la traqueteada suspensión de la incredulidad, y lo hacen acudiendo a la genealogía real de lo narrado, a la pretensión de que lo narrado guarda una relación privilegiada con la realidad.
(...)
E. L. Doctorow, cuyas versiones ficticias de la historia norteamericana están entre las grandes novelas contemporáneas, dijo alguna vez: el novelista que se ocupa de la historia simplemente finge que los documentos disponibles son más de los que son en realidad. En otras palabras: el escritor que se ocupa de la historia inventa los documentos que le permitirán ir más allá, adonde la historia oficial no ha podido o no ha sabido llegar, y luego construye su propio relato basándose en esos documentos, en esas particulares pruebas.
(...)
En una breve nota que encabeza “Mata-Hari 55”, la voz de Piglia (de “Piglia”) nos dice:
La mayor incomodidad de esta historia es ser cierta. Se equivocan los que piensan que es más fácil contar hechos verídicos que inventar una anécdota, sus relaciones y sus leyes. La realidad, es sabido, tiene una lógica esquiva; una lógica que parece, a ratos, imposible de narrar. Frente al riesgo de violentarla con la ficción, he preferido transcribir casi sin cambios el material grabado por mí en sucesivas entrevistas. La lealtad del Grundig W2A portátil sirve como testigo de la verdad de este relato que me fue referido, por primera vez, entre el atardecer y la medianoche de un día de verano, en el bar Ramos de Corrientes y Montevideo.
(...)
Podemos imaginar a Piglia persiguiendo a los personajes del relato, citándolos, haciéndoles preguntas sobre su memoria de los hechos, y luego llevándose las grabaciones a casa. Otro escritor imaginaría esas grabaciones, esas entrevistas, y nos contaría en tercera persona y en escenas dramáticas una recreación de ellas; Piglia hace de ellas la ficción misma, y esa ficción lleva implícita la participación del novelista curioso, el coleccionador de vidas ajenas, el testigo de segunda mano.
(...)
En Piglia, parte de la ficción es asegurarnos que no hay ficción.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Escribir es resistir

Foto: Jordi Socías, El País
Roberto Saviano nació en Nápoles en 1979. Escribió Gomorra, un libro que descubre el verdadero rostro de la mafia napolitana y que lleva más de dos millones de ejemplares vendidos. Ahora la mafia lo ha condenado a muerte y vive cada día como si fuera el último. Aún así, dice que seguirá escribiendo. Porque "escribir es resistir". Les dejo dos fragmentos correspondientes a una entrevista y un reportaje que leí en El País este fin de semana.
"El éxito me condenó a muerte"
La Camorra ha condenado a muerte a Saviano no por lo que ha escrito, sino más bien por el impacto de lo que ha escrito, un impacto cifrado en casi dos millones de libros vendidos. "Lo que más molesta a la Camorra no es exactamente la palabra, sino la palabra cuando genera tensión... La palabra como tal, así a secas, les trae sin cuidado; lo que no soportan es que esa denuncia tenga tantos lectores, y ésa es la diferencia entre Rushdie y yo. A Rushdie le condenaron con una fetua por el mero hecho de haber escrito Los versos satánicos; a mí me han condenado porque el libro se ha leído mucho; es el éxito lo que me ha condenado a muerte", explica.
(Click aquí para leer la entrevista completa de Borja Hermoso)
El grito de Saviano
El crimen de Roberto Saviano ha sido algo tan aparentemente inofensivo como escribir un libro contando el espanto que ha visto y oído en Nápoles, ejerciendo su notaría escrita sobre el reinado de la infamia. Woody Guthrie estaba utópicamente convencido de que su guitarra y sus canciones servían para matar fascistas. Blas de Otero sabía que aunque hubiera perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiró como un anillo al agua, le quedaba la palabra. Saviano podría declarar con orgullosa pero también amarga certidumbre que su libro, sus palabras impresas, han servido para que el crimen organizado le declare su enemigo prioritario. Y Gomorra estremece no ya por lo que cuenta sino por cómo está contado. Con una escritura torrencial y admirable, con literatura de primera clase, con una atmósfera y una fuerza expresiva que te empapan, te hipnotizan, te dan miedo, te convencen y te conmueven. Y te deslumbra tanta sabiduría y tanto estilo para captar un universo tan complejo en alguien de veintiséis años. Ahora tiene veintinueve. Y los verdugos se han empeñado en que la mosca cojonera que les ha incordiado retratando con temible potencia su rentable abyección no llegue a vieja ni muera en su cama.
(Click aquí para leer completo el reportaje de Carlos Boyero)

domingo, 9 de noviembre de 2008

Manía vilamatiana

Hace tiempo escribí un texto en donde más o menos sugería que a Enrique Vila-Matas le gusta representar un papel en la vida: el de sí mismo, o sea, Vila-Matas como Vila-Matas (quizá la manía le venga de los días de su juventud en los que fue actor). Y ahora, en su página web, descubro el enlace a una entrevista que le hicieran para el sitio www.marie-claire.es en la que habla de muchas cosas relacionadas con su vida y con su oficio, cosas que no sabía de él. Una de sus respuestas me llamó la atención porque tiene que ver con lo que puse al principio. Es divertida. Les gustará:

¿Qué le ofrece el formato de un Diario a un escritor?
Enrique Vila-Matas: En el Diario caben la narración, el ensayo, la reflexión, el recuento de lo cotidiano. Cabe incluso inventar tu propia vida y presentar una distinta. Carece de trama, lo cual es un descanso que necesitaba después de tanto imperativo de la trama. La tradición es espectacular, desde Gombrowicz a Kafka, Junger, Katherine Mansfield... Lo que hago, sea ficción, ensayo o diario, viene a ser un poco el mismo género: el género personal. Porque también hay mucha fabulación en Dietario voluble. Por poner un ejemplo del libro, me fui a Cartagena de Indias habiendo escrito ya lo que me pasaba en Cartagena (risas). Es una provocación literaria. Una vez en Cartagena, como yo ya había visto el hotel en Internet, donde había una piscina y dos palmeras, provoqué que tuviera lugar la escena que yo había escrito. He ido a también a Mallorca y me han dado una habitación que no daba al mar y he tenido que alquilar un suplemento de 20 euros para que me dieran una que sí diera al mar. Sí que altero la realidad; pero la altero escribiéndola antes. He ido a Portugal y he dicho que en el hotel de Oporto llovería y yo movería la cortina de la habitación, desesperado y solo. Y como llovía, porque estaba previsto, moví las cortinas. Me reí solo yo mismo, desesperado. Ya lo había escrito para el domingo y el domingo se publicó algo que había ocurrido de verdad pero que había escrito antes.