jueves, 5 de febrero de 2009

Vuelve también el tal Lucas

Cuando empiezan a aparecer textos inéditos de un escritor ya fallecido lo que nos entusiasma no es la posibilidad de encontrar en ellos algo que supere la obra precedente sino el mero hecho del descubrimiento, la pura curiosidad arqueológica. El próximo jueves será el día del cumpleaños de la partida definitiva de Julio Cortázar y a la publicación de tres textos inéditos en una edición de coleccionista que anunciamos en este blog hace algunas semanas se une ahora un libro voluminoso con diversos textos que el mayor de los cronopios no publicó en vida. El País informa de todo lo relacionado con este libro y los preparativos para su lanzamiento en la nota titulada Los últimos papeles de Cortázar, de la que dejo aquí un fragmento:
Un libro impagable y de inevitable título, Papeles inesperados, que editará Alfaguara y cuyas credenciales son un festín de auténtico cronopio: 11 relatos nunca incluidos en obra alguna, un capítulo inédito de Libro de Manuel, 11 nuevos episodios del personaje que protagonizó Un tal Lucas, cuatro autoentrevistas, 13 poemas inéditos... En total, un volumen de unas 450 páginas, muchísimas inéditas. El mejor homenaje al autor a los 25 años de su muerte, que se cumplen el próximo jueves.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Sabato y la reconquista de uno mismo

E. Sabato. Fuente: http://www.juliaardon.com

Por Giovanni Rodríguez

Pongo Hail to the Thief, un disco de Radiohead, para tratar de desintoxicarme de la devastadora influencia del mundo exterior y empezar a ver de nuevo hacia mí mismo, en un ejercicio de introspección que, por estar obligado a dedicarle diariamente ocho horas al trabajo, más las horas del transporte hacia el lugar, me cuesta un poco recuperar al llegar a casa cada noche.
“Vivimos en el tiempo de nuestros relojes”, dice Ernesto Sabato en uno de los micreonsayos de El escritor y sus fantasmas en donde analiza la situación del ser humano moderno, rodeado de una tecnología que cada día avanza más y vuelve obsoleto lo del día anterior. “El hombre de nuestro tiempo ha conquistado el mundo pero se ha perdido a sí mismo”, agrega.
Un engranaje. Eso es lo que dice Sabato que somos. Un engranaje cuyo estricto movimiento repetitivo permite que, a la par de muchos otros engranajes, el sistema funcione de manera correcta.
Leí y releí con entusiasmo, casi con devoción, esas pequeñas piezas ensayísticas de Sabato del libro que mencioné antes y del otro libro con estructura parecida: Uno y el Universo, el que publicó después de renunciar al “mundo de la luz”, que era la ciencia, para empezar a sumergirse en el “mundo de las tinieblas”, que era la literatura.
Doctor en física por la Universidad de La Plata, Sábato obtuvo en 1938 una beca para trabajar en el Laboratorio Curie de París. A diferencia de Hemingway, Sabato no sentía que París fuera una fiesta. Trabajaba ahí durante el día en radiaciones atómicas, entre toda aquella luz y los aparatos de laboratorio que parecían hacerlo todo posible, y por las noches frecuentaba los bares y preparaba cadáveres exquisitos en compañía de sus amigos surrealistas.
Un día volvió a Argentina dispuesto a dejarlo todo. Le pidió prestada su casa en la montaña a un amigo y se trasladó a ese lugar apartado con su mujer para empezar a escribir Uno y el Universo. La comunidad científica lo llamó traidor, pero él dijo que sólo estaba siendo fiel a su condición humana. Después publicaría El túnel, la novela con la que le llegó la gloria literaria y que fue mi favorita durante algunos años de una primera juventud ya muy lejana, el libro que le recomendaba a todos, que compré y regalé a unos cuantos amigos que no leían nada, que leí unas cinco o seis veces en una edición pirata de la de Cátedra; yo era Juan Pablo Castel en mi manera de ver el mundo; yo era, absurdamente, Juan Pablo Castel en mis relaciones con las mujeres; yo podía ser perfectamente ese pintor obsesivo y atribulado que acabó matando a María Iribarne.
Poco se habla de Sabato en estos tiempos. Quizá se deba a que su último libro, La resistencia, apareció hace casi nueve años y desde entonces, por prohibición médica, no ha vuelto a escribir ni a leer. Ahora sólo pinta, y en sus cuadros uno puede ver todo eso que emerge, desgarrador, de las páginas de sus tres novelas publicadas. Está por cumplir los 98 años y casi no ve. Yo, me acuerdo hoy de él porque en este empeño mío de olvidarme del mundo exterior, de ese mundo iluminado en exceso, de la gran maquinaria del sistema que funciona allá afuera con el resto de los engranajes, mientras escucho la música de Radiohead y pienso en todas estas cosas, mientras empiezo a sumergirme lentamente en mi propio mundo de tinieblas, también ofrezco mi cuota de resistencia. Todo sea por ese premio invaluable en estos tiempos: la recuperación del tiempo para uno mismo, la reconquista de uno mismo.

La Cofia de Circe

Foto de Ralph Gibson

Era tan bella

que no te hubieras atrevido a amarla

Apollinaire

Una muchacha me trajo al mundo

precedida por un vuelo dulzón de abejas

que permitían hacer el amor a la sombra.

Nunca estuve tan lejos de la sed.

La sabiduría del amor reside en esto:

plantar un buen paisaje en la ventana.

Hecha para la dulzura de una cuadro,

la edénica pareja se besaba,

más que amar se besaba.

La serpiente llegó con su dialéctica

y resultó que había contradicción de clase

y que éramos distintos como sabían todos:

libros leídos con los mismos ojos,

poemas escritos con las mismas manos

habían consumado nuestras máscaras.

Fue así como marché por la calle del fondo

con un frío

que más que nunca la necesitaba.

Y ahora vienen las acusaciones

de los que no conocen la delicia

de ese árbol de pereza.

“Necio”, dirán, “se enamoró

de una mujer a veces deslumbrante

que lucía mejor en un salón de té

repetido hasta el vértigo

que en el apartamento de un poeta

donde a todo olor se mezcla la duda

y el agua es rancia”.

Y dirán todavía: “Vanidoso.

Haces escándalo porque no tienes

a todas las muchachas de tu parte,

o mejor dicho aquellas

que ha dotado la burguesía de una espaciosa esgrima.

Ahora lloras con la herida abierta,

cuando debías desbrozar tus filos”.

Tenéis razón, camaradas. Ya no permitiré

que otra de ésas abuse. Pero dejad que me reserve

algo para mí, una pequeña justificación lírica:

Tenía unas nalgas tan bellas

que no te hubieras atrevido a odiarlas.

José Luis Quesada

martes, 3 de febrero de 2009

Historial de estupideces

Por Gustavo Campos

Hace tres años le escribí un correo a mi muy buena amiga Saramaga. En él le confiaba algunas de mis preocupaciones personales, entre ellas la de en qué momento debía encaminarme y seguir la senda correcta. Debía corregirme. ¿Pero de qué senda correcta hablaba? La de una vida sin excesos, seguramente. Me es difícil imaginarme correcto. Inconscientemente me rige un proverbio de Blake: “los caminos del exceso conducen al palacio de la sabiduría”. Hoy me pregunto, después de sumar una experiencia más a mi historial de estupideces, ¿por qué razón continúo cometiéndolas? ¿Acaso no basta para mí? ¿Cuándo diré que no? ¿Cuándo será suficiente? Parece que aquellos versos de Ferrater –que con poco tenemos bastante- no simpatizan con mis actos. Y mi voluntad, ¿en qué momento se hará responsable? Todas estas preguntas surgen después de la última parranda de fin de semana: junto a un amigo nos salvamos de la muerte en tres ocasiones. Veníamos en su motocicleta negra en la carretera de San Pedro Sula - El Progreso, regresábamos de la posta de Tránsito después de que nos retuvieran por conducir en estado de ebriedad. Eran las ocho de mañana y viajábamos a casi 60 millas por hora. Veníamos a gran velocidad rebasando los carros. Chimamos uno y nos dimos a la fuga. Yo usaba un casco anaranjado de construcción que me habían prestado en la posta. Fuimos a Lipa Bar. Lipa siempre atiende divinamente a sus clientes cuando son hombres y llegan solos. Cuida a los hombres de las perras que suelen ser las mujeres. Si vienen con ellas, se van con ellas, nos advierte Lipa cada vez que llegamos a visitarla y tomarnos unos tragos a las ocho, diez de la mañana. A cada cerveza, una boca. Así se deben tratar a los del gremio. ¿Sopita o tortillas con quesillo?, ambas, decimos y la joven que nos atiende sonríe mientras Lipa se encuentra al fondo y sólo atiende llamados para decidir quién entra o sale. Era casi mediodía y decidimos visitar a Mario, a ganarnos un memorándum, decíamos riendo. Y repetíamos la conversación absurda de la obra de Beckett: Vámonos. No podemos. ¿Por qué? Esperamos a Godot. Y no nos íbamos a dormir. Y seguíamos bebiendo. Buena paja nos teníamos. Antes un par de viejas nos invitaron donde Luis a comprender a María. Estábamos tentados, pero dije no, esas cabronas solo quieren bajarnos. ¿A María, como si no la conociésemos? Además, fijo no sueltan el calzón. A tontear va uno. Las conozco. Majes no somos. Nos bebimos un par de cervezas más y cuando era casi mediodía decidimos visitar a otro amigo, quien nos recibió con sopita, boquitas y bloody mary. (Cómo nos hacemos creer que por más que pensemos en la bondad de las personas no puede surgir, a su par, un pensamiento que contiende con el anterior. Digamos que no hay nada bello y hermoso que no deba corromperse. Que no hay nada dulce que no se deba arruinar o amargar. Y digamos que este pensamiento ataca a cualquier ser humano, o a ninguno, y que emerge cíclicamente de las profundidades desconocidas del alma humana, y aparece tipo Alberich, un pensamiento alberich, para después ser desposeído de su tesoro más preciado.)

Íbamos rumbo a casa de Mario por la avenida Junior que desemboca en la prolongación al segundo anillo periférico. En el segundo anillo rebasábamos todo y entonábamos una canción de Héroes del silencio “larguémonos, chica hacia el mar…”. Iban desapareciendo las neuronas sensatas y la brisa del próximo frente frío nos atacaba como enjambre furioso nuestras caras apenas protegidas por un casco. Las rastras casi nos rozaban de frente y entre dos carriles, el de salida a Puerto Cortés y salida a La Lima, maniobrábamos a una velocidad de la que nadie sale vivo. Borrachines y libres, inconscientes, sin un carril para nosotros lo ebrios, íbamos tentando la muerte como si la vida estuviera en la obligación de protegernos y seguir brindándonos nuevas oportunidades. Una piedra, un bache, el mínimo desperfecto u obstáculo podía someternos a la ley de la gravedad tantas veces ultrajada por nosotros. Nos habíamos salvado por segunda vez. ¿A quién debíamos agradecerle nuevamente esa armonía de la imprudencia? ¿Quién o qué nos había salvado? A veces soñamos que Mario Santiago viene a buscarnos con su moto negra. Gritábamos: “Papasquiaro, no peeeja!” Y partimos rumbo al norte, rumbo a los pueblos fantasmas, siempre al norte, sin resentimientos ni amarguras… (Pienso en el pensamiento que probablemente aparezca y robe en breves momentos al consciente. Digamos que hay una cima de la bondad y del amor y en ese lugar extraño algo ha dejado una maldición latente: la de destruir lo que se ama o aquello puro. No hay mayor pureza que aquella que decide impurificarse. No hay mayor pureza que la de aquél que se impurifica, sin saberlo. Y es un ciclo. Es cuestión de ciclos. Digamos que tal ser humano descubre que a medida ocurren sus impulsos, los controla. Y aparece un límite. El individuo traza un límite, y por un extraño afán o voluntad ajena que detesta, lo transgrede. En su cansancio, después de alcanzado el clímax, el individuo descubre nuevamente otro límite. No puede pasarlo. No hay manera de transgredirlo. Pero cuando vuelven esos impulsos, meses después, días después, semanas después u horas después, el límite que antes había sido límite es el primer nivel de una escalera infinita de límites.)

Regresábamos a casa después de visitar a nuestro amigo. En la carretera del norte salida a Puerto Cortés estallamos la llanta de un carro con el pedal de la moto negra, y en el notable y etílico esfuerzo de mi amigo de no perder el equilibrio y darnos vuelta por la velocidad en que veníamos, quebramos el retrovisor derecho de un turismo y yo me golpeé la rodilla, que no fue tan doloroso, por fortuna no pasó a más. No hubo sangre, por lo tanto fuimos indignos de un cuadro de Bacon o de ser la noticia del día en horas de almuerzo en el morboso canal 6. Nos encontrábamos cerca del palenque. Mi amigo no pensó en detenerse así que el carro nos persiguió y bajaron de él un par de tipos con pistola unos metros más adelante. Le quitaron la llave a la moto y el sujeto llamó a la policía. Hola, comisario, tenga buenos días, dijo el desgraciado, que tenía, por supuesto, toda la razón. Nos quedamos un par de horas detenidos en ese lugar hasta que llegó la policía. (Y este aventurero espiritual en una quijotesca broma no definible, impuesta, descubre sus nuevos límites. Pero nada puede hacer contra ello. Y esta es la forma en que digiere la realidad el individuo o es la forma en que su pensamiento procesa toda información: si alguien o algo permitió una transgresión, el aventurero piensa que se creará un nuevo canon de transgresiones, y el impulso transgresor, en su receso, atacará nuevamente pero ya no desde el primer límite conocido sino desde el último lugar o peldaño en el que estuvo. Y así construye nuevos lugares de los cuales partir. Qué razón. Nuevos lares que transgredir, no por una sola necesidad de hacerlo, sino por una necesidad desconocida. Tamaño imbécil. Igual dinámica en su antagonismo. El inconsciente en automatismo pérfido buscará otros caminos. ¿Donde accidentarse? Y el aventurero piensa y se promete que dejará de beber, pero algo más lo hace preguntarse cómo lo tolerará. Si no bebes, ¿cuándo estarás alegre? La bebida lo aleja de lo insoportable que él es, de su vida, de estar con él o de ser él. Borracho es que es. Lo alivia. Y el individuo con su “agujero océano en el pecho”, como el personaje en las “Las virtudes de Onán”, sólo espera. ¿Espera qué? ¿Morir o hacer sufrir a quienes lo aman? ¿Quedarse untado en el pavimento? ¿Mutilarse? ¿Dedicarse a cojear por el resto de su vida como un Molloy? El aventurero busca soluciones. Es su inocencia en automático la que busca algún tipo de bienestar. Renunciar no es posible cuando no se tienen las agallas para hacerlo, pero vivir es una forma de renunciar. Los Estragón y Vladimir solidarizándose ante el suicidio, ¿y qué tal si bajo la rama uno vive y el otro muere? No hay moral que no lo joda. No hay hipocresías que no lo jodan. Ni seres queridos que lo soporten.

Desde ese momento le perdí la pista a mi amigo. Comparto la irresponsabilidad de nuestros actos. Desapareció en su moto negra mientras yo me subí a un taxi. Entré al Yahoo Messenger y le conté a mi beba del vestido azul lo sucedido. Le escribí unos mensajitos a la colochita para despreocuparla, ya que un par de horas antes del accidente me había quedado sin saldo y no pude responderle para aceptar su invitación a cenar para celebrar mi cumpleaños. Y eso que no hablé de Wilmer Bar. Ni de las hermanas amigas mías, y casi novias, y del buen Wilmerio con su dinosauria. Esa es otra historia.

Hoy me pregunto, después de sumar más experiencias a mi historial de estupideces, ¿por qué razón continúo cometiendo más pendejadas? ¿Acaso no basta para mí? ¿Cuándo diré que no?, ¿cuándo será suficiente? Y leo La niña del pelo raro de Foster Wallace y no me diferencio en lo absoluto de los personajes de sus historias. Ojalá agarren consejo.
(Foto de Raymond Depardon)

FVallejo y los obispos

El escritor colombiano Fernando Vallejo. Fuente: www.publico.es
El siempre airado Fernando Vallejo despide con este simpático episodio el festival Hay de Cartagena, Colombia:
El escritor colombiano Fernando Vallejo, luego de leer durante una hora con la vista clavada en las hojas una bestial conferencia contra la secta católica y el muy "inmoral, homófono y misógino" Juan Pablo II, estaba sentado el sábado en el escenario principal del Hay Festival de Cartagena de Indias sin mirar a nadie en particular y con las manos entre las rodillas. Alguien del público se levantó:
-¡Maestro! A mí me gusta cuando usted habla. ¿Por qué ha tenido que leer hoy? Hable, se lo ruego, hable.
A lo que Vallejo respondió con esa voz delgada suya tan aparentemente inofensiva: "Debía citar textos de los obispos alemanes y yo esa mierda no me la puedo meter en la cabeza".

Un compa imbécil y desnudo

Este compa es Rubén Lardín, el del libro-blog Imbécil y desnudo. Foto: Cristóbal Manuel, El País.
Vi primero el título de la nota: "Hay que escribir como si estuvieras muerto", que me llamó la atención porque tenía algo que ver con un texto que escribí hace algunos meses (Decididamente muerto), pero al leerla completa (cosa que usted también puede hacer si le da click ahí atrás a la frase entrecomillada) me interesó saber quién era el que pronunciaba esta frase. No conocía al tipo, pero dicen que es un ex blogger al que ahora le publican en libro todas las papadas -o al menos las papadas más sobresalientes- que posteaba en su blog. El ex blogger en cuestión se llama Rubén Lardín, el libro se titula Imbécil y desnudo y el tonito del blog era más o menos éste:
"Me jode que me digas esto de la mala leche del blog, porque yo también lo percibía. Cuando había mala ostia iba al blog, pero cuando estaba alegre me iba de copas con los amigos... Y buff, das una imagen que no es real. Sí es cierto que me cago en voz alta, tengo ese defecto. Soy gruñón y no lo puedo evitar".
Niega, sin embargo, que su intención sea provocar o escandalizar:
"Lo que pasa es que vivimos tiempos muy extraños, en los que parece que no se puede decir nada, o sólo se puede decir algo políticamente correcto. Si haces un anuncio con enanos, se te echan encima... Si sale una tía en pelotas, te comen las feministas... Estamos dejando el timón en manos de los débiles, de la gente que diezma el lenguaje; le quita el significado. Yo soy el primer imbécil, pero creo que hay que dar palos a todos los lados, aunque te estés equivocando".
Y vean esta perlita que se echa al final de la nota:
"Si puedo, me mearé siempre en la misma esquina hasta hacer un agujero y conseguir que esto se hunda. Lo siento, la vida es maravillosa, pero el mundo me parece una puta mierda".

lunes, 2 de febrero de 2009

Por fin Borges y la calle Honduras

La calle Honduras de Buenos Aires, Argentina. Fuente: www.flickr.com
Hace un par de meses publicamos aquí un fragmento del relato de Mario Gallardo titulado "El discreto encanto de la H" (que da nombre a esta sección), en donde el narrador habla de la tentación de Borges de ubicar su aleph en la calle Honduras de Buenos Aires, cosa que finalmente no ocurrió (más información aquí: Borges y la H en “El Aleph”). Pero hubo una vez en la que Borges sí pudo sustraerse de la influencia de su madre y hacer de la calle Honduras una más de las rutas de su literatura. El dato lo encontramos en el libro Evaristo Carriego y el texto es el siguiente:
“Un día entre los días del año 1904, en una casa que persiste en la calle Honduras, Evaristo Carriego leía con pesar y con avidez un libro de la gesta de Charles de Baatz, señor de Artagnan. Con avidez, porque Dumas le ofrecía lo que a otros ofrecen Shakespeare o Balzac o Walt Whitman, el sabor de la plenitud de la vida; con pesar porque era joven, orgulloso, tímido y pobre, y se creía desterrado de la vida".
Así que, como vemos, Jorge Luis Borges finalmente no pudo resistirse al discreto encanto de nuestra puta H.

SRamírez sobre un fotógrafo de H

El fotógrafo Andres Serrano. Fuente: Bernardo Pérez. El País.
Encuentro por casualidad un texto de Sergio Ramírez, publicado el 25 de junio de 2007 en su blog de El Boomerang, en el que nos habla de un fotógrafo hondureño cuyas fotografías, entre las que destaca una de un crucifico en una bolsa de orina, "ponen el dedo en la llaga". Aquí les va el texto:
Madrid. Me han dicho que en el Círculo de Bellas Artes se exhiben las fotografías de un artista hondureño de renombre, Andrés Serrano, y he ido a ver la exposición que se llama El dedo en la llaga. Las referencias de los vínculos de Serrano con Honduras no las he encontrado por ningún parte, y no he dado con ellas sino después. Nació en Nueva York en 1950, hijo de un marinero de la costa norte de Honduras y de una cubana a la que abandonó. La madre, sometida a crisis mentales, llevó al niño a Honduras, un viaje fracasado en mucho sentidos, pues el hombre tenía otras tres mujeres, y Serrano habría de regresar más tarde solo, otra vez en busca del padre, como si persiguiera un fantasma. He ido primero a ver su serie de La Morgue en un sótano del edificio, aterradoras fotografías de cadáveres que representan un homenaje a la sensualidad de la muerte, cuerpos desnudos que enseñan su belleza congelada, que es a la vez su última fealdad; y luego, he recorrido el piso de la biblioteca donde se exhiben sus retratos de personajes de la cultura pop de los Estados Unidos, desde artistas del vodeville y payasos célebres a miembros encapuchados del Ku Klux Klan, y monjas, frailes, boy scouts. Un formidable artista provocador cuyo Piss Christ, la fotografía de un crucifijo metido en una bolsa de su propia orina escandalizó al establecimiento conservador de los Estados Unidos, tele predicadores y pastores de sectas fundamentalistas, al grado de haber sido amenazado de muerte. Un outsider que registra la vida a través del lente descarnado, como lo haría un retratista de caballete, capaz de pintar santos y monstruos. Éste es el hijo del marinero hondureño, que pone el dedo en la llaga.
Me llama la atención lo que Ramírez nos cuenta de este fotógrafo y me voy a buscarlo a Google. Lo primero que encuentro es una entrevista en El País, con el título "Mi fotografía es religiosa y blasfema a la vez". La entrevista abre con esta frase: "No conozco al señor Andres Serrano y espero no hacerlo nunca. Porque no es un artista; es un gilipollas". Fue pronunciada en 1989 por el senador estadounidense republicano Jesse Helms después de haber observado una foto de Serrano, la conocida con el nombre de Piss Christ (El Cristo de la orina).
Esperemos que los buscahéroes de La Prensa no se emocionen demasiado cuando se enteren de que este hombre tiene la mitad de la sangre catracha. Todavía no sabemos siquiera si conserva en su memoria alguna visión de infancia en nuestra querida H. Sólo sabemos que su tata era marinero, nacido en H y que los abandonó a él y a su nana para disfrutar en H de sus otras tres mujeres. ¡Vaya cabrón el marinero!

domingo, 1 de febrero de 2009

Ernesto Sábato. Entre la letra y la sangre

“Inestable, depresivo, con una lúcida conciencia de su valer, influenciable ante lo negativo y tan ansioso de ternura y de cariño como podría serlo un niño abandonado. Esta necesidad casi patológica de ternura hace que comprenda y sienta de tal manera a los desvalidos y desamparados. Pero también –y debo subrayar cada vez menos- es arbitrario y violento, y hasta agresivo, aunque creo que estos defectos son producto de su impaciencia (…). Para escribir, para liberarse de sus obsesiones y traumas necesita verse rodeado de un muro de cariño, de compresión y de ternura (…) ha sido desde niño un alma meditativa, un artista. Con un interior melancólico, pero al mismo tiempo rebelde y tumultuoso. La ciencia lo limitaba en forma atroz, de modo que fue lógico haber buscado el único cauce que podía ayudarlo a expresar, a vomitar su tormento interior: la novela”.
(Carta de Matilde KusminskyRichter en repuesta a una carta de Carlos Catania. Ernesto Sábato. Entre la letra y la sangre. Conversaciones con Carlos Catania. )

El caso Kundera

Miroslav Dvoracek. Fuente: El Malpensante

Había leído superficialmente sobre el caso Kundera. Cuando digo "superficialmente" quiero decir que no me había interesado por saber exactamente de qué se trataba el asunto, qué fue lo que motivó, supuestamente, a Milan Kundera a actuar de esa manera hace cincuenta años, cuando aún no era el enorme escritor que llegó a ser. Y la diferencia de este caso con el de Günter Grass es que al parecer Kundera no tenía intenciones de pelar su cebollita y dar a conocer este supuesto episodio de juventud. En El Malpensante, Andrés Hoyos nos trae la historia de esa infamia que, aunque el escritor checo la niegue, lo cierto es que a un hombre llamado Miroslav Dvoracek le salió muy cara:
Nacido un año antes que Kundera, en 1928, Dvoracek fue piloto militar durante la guerra, pero al tomarse el poder los comunistas en 1948 lo licenciaron, como hicieron con muchos compatriotas. Una vez le informaron que debía alistarse en la infantería, Dvoracek desertó, y pasadas no pocas peripecias fue a parar a Munich. Allí, aparentemente sin pensarlo de a mucho, se ofreció como espía a una organización presidida por el general Frantisek Moravec, un héroe checo de la guerra contra los nazis. Lo primero que le pidieron a Dvoracek fue que viajara a Praga a contactar a un importante dirigente de Chemapol, la industria química del país. La misión fue un fracaso que casi termina con su arresto. Al año siguiente Dvoracek intentó por segunda vez la misma misión, pero en esta ocasión tampoco le fue fácil contactar al bendito funcionario. Como no lo hallaba, se puso a vagabundear por Praga, y en un puente sobre el río se cruzó con Iva Militka, una muchacha conocida de la infancia, a la que acompañó a la residencia de estudiantes en la que vivía. Allí dejó un maletín a su cuidado. Tras salir al día siguiente a buscar una vez más al elusivo funcionario del emporio químico, de nuevo con resultados nulos, quiso volver al dormitorio de Iva, donde pensaba recobrar su maletín y pasar la noche antes de regresar a Alemania. A la entrada los agentes de la STB, la policía política de la época, le cayeron encima.
Lo que siguió para Dvoracek fue un calvario similar al padecido por miles en la época. Pronto le hicieron un juicio sumario en el que el fiscal pidió para él la pena de muerte por deserción y espionaje. Las fotos que lo muestran desafiante son de ese momento. A la hora de la sentencia, la pena de muerte le fue conmutada por una condena a 22 años de cárcel, de los cuales pagó 14, buena parte de ellos de trabajos forzados en una mina de uranio en Pribram. Una vez lo dejaron libre, Dvoracek se las arregló para fugarse a Occidente, y ha vivido en Suecia a partir de entonces.

Dice un informe de la Policía de Praga que el instituto dio a conocer en estos días:

Milan Kundera, estudiante, nacido el 1 de abril de 1929 en Brno, residente del dormitorio de estudiantes Praga VII... vino hoy a las 4 p.m. al departamento de policía local e hizo una declaración sobre Iva Militka, una estudiante que vive en la misma residencia. Ella le contó a un compañero de estudios apellidado Dlask [su futuro esposo] que se había encontrado con un amigo suyo, llamado Miroslav Dvoracek, en el barrio praguense de Klarov. Dvoracek debía darle a guardar un maletín, diciendo que pensaba recogerlo en la tarde del 14 de marzo de 1950. Basados en esa declaración, los agentes Rosickly y Hanton fueron hasta la residencia estudiantil y examinaron el maletín...(1)

El texto completo puede leerse aquí: La verdad.

1. Ver: http://www.ustrcr.cz/en/recollections-of-anti-communist-fighters-and-resistants-miroslav-dvoracek